2007年8月5日日曜日

¡qué verguenza ser católico!

"y (ya no creo) en la iglesia, que es una, santa, católica y apostólica"

Una vez que hemos sido bautizados (sin nuestro consentimiento)
en la fe católica es harto difícil salirse de ella. Difícil pero no imposible.
Hay un trámite a llenar en el que uno le pide a la oficina encargada de contar almas en la Conferencia Episcopal que lo "borren" del libro de católicos, aceptando el compartir el infierno con afortunadas tribus de Africa, de Sur América o del Tibet que no conocen al verdadero dios.

Yo casi me había resignado a morir con el estigma de un
bautizo que casi no se me nota pues no se lo menciono a
mis hijos, no oigo misa, no recibo sacramentos y vivo en el pecado de una unión no santificada. Amén.

Pero ahora sí como que voy a tener que adelantar los trámites de apostasía. Ahora no sólo da pena ser católico sino que hay que evitar a toda costa que a alguien se le pueda ocurrir
que uno está o ha estado asociado con tan pútrida y nefasta
institución. Las noticias de esta semana nos cuentan que
tras mucho maniobrar, tras utilizar todos los trucos inventados por lucifer, tras retardar en lo posible la llegada de la justicia, tras cerrar los ojos ante la maldad y negarse a proteger a los más débiles, los niños, del ataque y el abuso sexual por parte de aquellos llamados a guiarlos, la
arquidiócesis de Los Angeles (EEmásUU) ha llegado a un acuerdo
fuera de tribunales con los afectados por décadas y décadas
de abuso sexual por parte de los sacerdotes. Los obispos
pagarán 660 millones de dólares a las víctimas y con ello darán por cerrado el caso, sin que se vea por ningún lado ni el más leve astibo de arrepentimiento ni la más débil intención de castigar a los culpables. A la arquidiócesis le dolerán mucho los 660 millones de dólares, pero grande como nos pueda parecer la cifra esta representa apenas un quinto de su fortuna siempre recuperable y aumentable.

¿No le da una verguenza horrible a los católicos practicantes en todo el mundo ser parte de tal club de pederastas? ¿Dónde están las voces de condena de los obispos de otras diócesis hacia sus colegas?
¿Dónde están las voces de solidaridad de los católicos, jerarcas o tropa, para con los niños de ayer y hoy, que han visto destrozadas sus vidas en el nombre del dios todopoderoso?
¿Dónde está la indignación ante tal acumulación de riqueza? ¿Dónde estaba y dónde está ese dios acomodaticio y complaciente, lujoso y ladrón?

¿Dónde tengo que firmar para decirle a ese dios que ni se le ocurra llamarme hija?