2011年3月18日金曜日

Gran Terremoto de Tohoku




Hoy cumplimos una semana de haber sufrido el Gran Terremoto-Tsunami de Tohoku. A estas horas, la semana pasada estábamos en casa, a oscuras, sin agua, sin gas, envueltos en frazadas y dándonos calor unos con otros, sin poder dormir por el continuo temblor de la tierra pero completos y bajo techo. A días del evento, 130 mil personas en la región de Tohoku están en situación de damnificados. Los refugios están llenos, la ayuda apenas comienza a llegar, retrasada por la condición de las vías, por la escasez de gasolina, por el clima adverso. A estas horas, con temperaturas cercanas o bajo los cero grados, decenas de miles de personas se aferran a la vida, a la esperanza, a la solidaridad.

Los afortunados estamos vivos. Eso es suficiente, por ahora. Hay otros problemas, claro. Entre ellos el gran daño sufrido por la planta nuclear situada en Fukushima, a unos 180 kilómetros de la mesa desde donde escribo. Los reactores de la planta nuclear, después de parar automáticamente, se han visto envueltos en una serie de problemas causados por el gran tsunami que arrasó el área. Las primeras noticias fueron terriblemente angustiantes. Chernobil, Three Islands, el síndrome de China, holocausto nuclear. Expertos de todos lados salieron a explicar lo que no entendian, en una carrera desaforada por alarmar más, por amarillar más, por predicar más. Afortunadamente todavía nos queda la cabeza para pensar. Afortunadamente poco a poco la objetividad se cuela entre el dramatismo ignorante y soberbio, ese que se luce en el alarmismo, en el decir algo más impactante e inédito que lo que dijo la persona anterior.

La planta nuclear, poco a poco, está siendo domeñada. El daño, aún en el peor escenario, estará circunscrito a un área que ya está evacuada. Las radiaciones, exageradamente reportadas como habiendo aumentado en 100, 200 veces los valores normales, no han llegado sino a una fracción del valor de las radiaciones a las que nos sometemos cuando se nos toma una radiografía o cuando hacemos un viaje trasatlántico. Ni nos van a matar ni nos van a enfermar.

Me gustaría llevar el foco de la atención a la tragedia de la gente que ha visto su pueblo destruido por el mar, que ha perdido familiares y amigos, que ha perdido todo excepto la vida. Llevar la atención y la solidaridad hasta esta gente, sin pretender explicarles la causa de la tragedia, una causa natural e impredecible, no una venganza de la naturaleza ni ridiculeces por el estilo. El pueblo japonés está sufriendo, mucho, muchísimo. Si no se es capaz de sentir empatía por este sufrimiento, poca esperanza nos queda como humanos.

Maria Cecilia Valecillos
Ibaraki, Japón