Otro dicho recién aprendido. Dicen por aquí que para que a algo se le vean los frutos, debemos subirnos a la piedra (símbolo de incomodidad), y mantenernos ahí por tres años. Sea un nuevo trabajo, un negocio, un curso de ceremonia de té, cualquier cosa que emprendamos, no será sino hasta después de tres años de empeño, trabajo, pelazón y más empeño, que comenzaremos a ver los primeros retoños.
No desmayéis ni deseperéis, pero tampoco os achantéis. O sea, que el dicho es doble vía. Si despúes de tres años de dedicacion, empeño, efuerzo, etc., no se le ve el queso a la tostada, es hora de ponerse la mano en el pecho y preguntarse ¿sirvo yo para esto? ¿soy la persona indicada? ¿será que estoy estorbando e impidiendo que otro lo haga mejor? ¿me habré equivocado de trabajo? ¿será que no lo amo?
Si, por tu compromiso con la revolución, y por tu nombre y fama, esta revolución te pidió que asumieras un cargo, una responsabiidad, un trabajo, una labor... y después de tres años ese cargo, esa labor, ese trabajo no son estrellas brillantísimas en el cielo de la revolución; si no se habla
de tu instituto como el ejemplo a seguir en administración publica; si no se menciona tu trabajo como la vara con la que serán medidos todos los trabajos de la quinta república; si no se cita tu labor como el más acabado trabajo de orfebrería bolivariana.... entonces, pana, panita, es hora de regresar a las labores cotidianas (cualesquieras hayan sido estas) y ceder el puesto a una nueva generación, quizás sin nombre ni laureles, quizás sin contactos ni conecciones, pero dispuesta a tomar riesgos, a perder amigos, a cometer errores y, sobre
todo, a levantarse ocho veces si se cae siete.
Que pase el próximo, Cocciante, le dejas tu lugar...