¿Por qué los "revolucionarios" tienen a sus hijos en colegios
privados, muchos de ellos bastante elitescos? La respuesta automática
e inmediata es "porque la educación pública no sirve". Respuesta
idéntica a la que daría alguien opuesto a la revolución bolivariana.
Si, los padres revolucionarios están esperando muy sentaditos a que la
educación pública suba lo suficiente de nivel como para que merezca
que sus hijos se integren a ella.
Uno les llama la atención sobre el hecho de que es precisamente la
educación privada, y muy especialmente la elitesca educación religiosa
al estilo de curas jesuitas o monjas ursulinas, la que nos ha dividido
como nación, la que ha levantado generaciones de alumnos marcados por
el individualismo; el desprecio por quien menos tiene; la
superficialidad y consumismo; la valoración por lo que tienes; la
admiración incondicional por las metrópolis imperialistas y la
ignorancia de la cultura propia… y un largo etcétera que ha impedido
la formación de un tejido social coherente y sano que nos permita ver
un igual en cada compatriota, sin importar su color o su forma de
conjugar el verbo haber. Uno les llama la atención sobre estos puntos
y te contestan que el hogar se hará cargo de contrarrestar todas estas
nefastas influencias y como ejemplo te ponen el "yo pasé por ahí y
salí tan revolucionario como el que más". Aténgase a huevos.
Hay varias contradicciones en esta actitud y otras tantas en el
esfuerzo que se hace para justificarla. Se les olvida que
probablemente el que habla es más la excepción que la regla, el
producto defectuoso que se le escapó a algún cura distraído, y que su
fascinación con la educación privada del colegio bien a lo mejor es
indicio de que el sistema no falló totalmente. Pero aún asumiendo que
hay quien se salvó, es demasiado optimista asumir que todos los
jóvenes tendrán la misma suerte; lo más probable es que esta
adoctrinación ejercida 180 días al año, durante 6 horas al día, por un
total de mínimo 12 años durante la época más maleable de la vida del
niño termine dejando alguna huella. El sistema es eficiente; por algo
ha ganado tanto terreno.
En un plano menos personal e individualista, es por lo menos iluso
creer que la educación pública llegará algún día a ser suficientemente
buena si las personas a cargo de su diseño, implementación,
evaluación, etc., no son los mismos recipientes directos o indirectos
del producto de esa educación. Si el hijo del ministro, del concejal,
de la alcaldesa, de la directora de educación , de los dueños de la
empresa distribuidora de almuerzos escolares, de los bedeles, de los
supervisores, de los maestros y de los vecinos, no asisten todos
toditos a la educación pública, ésta no pasará nunca de ser una
"educación para pobres", como aquel papel higiénico oscuro y poco
absorbente que era "suficientemente" bueno para los pobres pero casi
ofensivo para la abnegada clase media profesional, con traseros más
exigentes y con el sudor de su frente para complacer tal exigencia.
No estaría de más meterle un poco de coco a la idea de que la
revolución es tal porque se tiene la valentía de tomar acciones
revolucionarias. Una acción bien revolucionaria es la de llevar a los
hijos a la escuela pública, al liceo público. Si para ello hay que
levantarse más temprano, si hay que dedicarle más tiempo subsanando
las fallas académicas y, por ende, hay que dejar de presidir la
Fundación del Niño, renunciar al comité promotor del PSUV, abandonar
la organización voluntaria de quiensabequécosa y tantas otras cosas
que nos hacen imprescindibles a la revolución, ésta probablemente
sobreviva y seguramente que en un período sorprendentemente corto las
cosas en la educación pública comenzarán a marchar sobre ruedas, los
niños (todos los niños) recibirán la educación que merecen (y todos
merecen la mejor educación ¿no?) y sus abnegados padres podrán otra
vez lanzarse con furia a cambiar el mundo. Por lo menos sabrán que
dentro de 10 años no serán sus propios educadísimos hijos los enemigos
de esto que hoy se está tratando de construir.
2007年8月5日日曜日
¡qué verguenza ser católico!
"y (ya no creo) en la iglesia, que es una, santa, católica y apostólica"
Una vez que hemos sido bautizados (sin nuestro consentimiento)
en la fe católica es harto difícil salirse de ella. Difícil pero no imposible.
Hay un trámite a llenar en el que uno le pide a la oficina encargada de contar almas en la Conferencia Episcopal que lo "borren" del libro de católicos, aceptando el compartir el infierno con afortunadas tribus de Africa, de Sur América o del Tibet que no conocen al verdadero dios.
Yo casi me había resignado a morir con el estigma de un
bautizo que casi no se me nota pues no se lo menciono a
mis hijos, no oigo misa, no recibo sacramentos y vivo en el pecado de una unión no santificada. Amén.
Pero ahora sí como que voy a tener que adelantar los trámites de apostasía. Ahora no sólo da pena ser católico sino que hay que evitar a toda costa que a alguien se le pueda ocurrir
que uno está o ha estado asociado con tan pútrida y nefasta
institución. Las noticias de esta semana nos cuentan que
tras mucho maniobrar, tras utilizar todos los trucos inventados por lucifer, tras retardar en lo posible la llegada de la justicia, tras cerrar los ojos ante la maldad y negarse a proteger a los más débiles, los niños, del ataque y el abuso sexual por parte de aquellos llamados a guiarlos, la
arquidiócesis de Los Angeles (EEmásUU) ha llegado a un acuerdo
fuera de tribunales con los afectados por décadas y décadas
de abuso sexual por parte de los sacerdotes. Los obispos
pagarán 660 millones de dólares a las víctimas y con ello darán por cerrado el caso, sin que se vea por ningún lado ni el más leve astibo de arrepentimiento ni la más débil intención de castigar a los culpables. A la arquidiócesis le dolerán mucho los 660 millones de dólares, pero grande como nos pueda parecer la cifra esta representa apenas un quinto de su fortuna siempre recuperable y aumentable.
¿No le da una verguenza horrible a los católicos practicantes en todo el mundo ser parte de tal club de pederastas? ¿Dónde están las voces de condena de los obispos de otras diócesis hacia sus colegas?
¿Dónde están las voces de solidaridad de los católicos, jerarcas o tropa, para con los niños de ayer y hoy, que han visto destrozadas sus vidas en el nombre del dios todopoderoso?
¿Dónde está la indignación ante tal acumulación de riqueza? ¿Dónde estaba y dónde está ese dios acomodaticio y complaciente, lujoso y ladrón?
¿Dónde tengo que firmar para decirle a ese dios que ni se le ocurra llamarme hija?
Una vez que hemos sido bautizados (sin nuestro consentimiento)
en la fe católica es harto difícil salirse de ella. Difícil pero no imposible.
Hay un trámite a llenar en el que uno le pide a la oficina encargada de contar almas en la Conferencia Episcopal que lo "borren" del libro de católicos, aceptando el compartir el infierno con afortunadas tribus de Africa, de Sur América o del Tibet que no conocen al verdadero dios.
Yo casi me había resignado a morir con el estigma de un
bautizo que casi no se me nota pues no se lo menciono a
mis hijos, no oigo misa, no recibo sacramentos y vivo en el pecado de una unión no santificada. Amén.
Pero ahora sí como que voy a tener que adelantar los trámites de apostasía. Ahora no sólo da pena ser católico sino que hay que evitar a toda costa que a alguien se le pueda ocurrir
que uno está o ha estado asociado con tan pútrida y nefasta
institución. Las noticias de esta semana nos cuentan que
tras mucho maniobrar, tras utilizar todos los trucos inventados por lucifer, tras retardar en lo posible la llegada de la justicia, tras cerrar los ojos ante la maldad y negarse a proteger a los más débiles, los niños, del ataque y el abuso sexual por parte de aquellos llamados a guiarlos, la
arquidiócesis de Los Angeles (EEmásUU) ha llegado a un acuerdo
fuera de tribunales con los afectados por décadas y décadas
de abuso sexual por parte de los sacerdotes. Los obispos
pagarán 660 millones de dólares a las víctimas y con ello darán por cerrado el caso, sin que se vea por ningún lado ni el más leve astibo de arrepentimiento ni la más débil intención de castigar a los culpables. A la arquidiócesis le dolerán mucho los 660 millones de dólares, pero grande como nos pueda parecer la cifra esta representa apenas un quinto de su fortuna siempre recuperable y aumentable.
¿No le da una verguenza horrible a los católicos practicantes en todo el mundo ser parte de tal club de pederastas? ¿Dónde están las voces de condena de los obispos de otras diócesis hacia sus colegas?
¿Dónde están las voces de solidaridad de los católicos, jerarcas o tropa, para con los niños de ayer y hoy, que han visto destrozadas sus vidas en el nombre del dios todopoderoso?
¿Dónde está la indignación ante tal acumulación de riqueza? ¿Dónde estaba y dónde está ese dios acomodaticio y complaciente, lujoso y ladrón?
¿Dónde tengo que firmar para decirle a ese dios que ni se le ocurra llamarme hija?
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